NO ATRAIGAS A LOS INVASORES
La necesidad de complacer ocasiona que los invasores se acerquen a ti y no se despeguen. ¿No te ha pasado nunca que te vuelves complaciente con alguien y en vez de recibir aprecio y gratitud lo que recibes son más y más exigencias?
En primer lugar, debemos analizar esa obligación autoimpuesta. Interiormente la justificamos creyendo que así nos verán como buenas personas, y nosotros también creeremos que hacemos un sacrificio que será recompensado.
Complacer a otro siempre va de la mano de esperar algo a cambio. Supones recibir algún tipo de gratificación o reconocimiento. Te sorprendes después cuando el otro cada vez abusa más de tu deseo de agradar y piensas: no lo merece, no lo volveré a hacer. Pero entonces llega la culpa. Te sientes culpable porque ya no vas a ser la buena persona que pretendes vean los demás. El qué dirán o pensarán de ti te pesa demasiado. ¿Y si cambian la imagen que tienen sobre ti? ¿Y si te dejan de querer? Así que vuelves a halagar, a contentar y a satisfacer a los demás sin darte lugar.
Todo buscando el respeto, la aceptación, la valoración, la aprobación o el amor. Huyendo de la soledad, encontraste la prisión. Porque ya vives apresado a merced de aquél que deseas complacer. Te ha atrapado. Te has dejado atrapar por tu propia necesidad.
No te engañes. Sé complaciente contigo mismo y recibirás con creces lo que tanto añoras, pero no lo busques, no lo mendigues. Date a ti aquello tan bello que guardas solo para complacer a los demás y compártelo con aquellos que jamás manifiestan esa carencia.
Por otro lado, estoy segura que a ti tampoco te gustaría estar en el lado del destinatario de tus deferencias, porque de alguna manera exige una especie de compromiso y obligación que impide la libertad.
Tras el fondo de los deseos de complacer, subyace la carencia.