ACABARÁS CRUCIFICADO
No en vano se dice que la persona que va de «salvadora», atrae más y más causas que salvar. Es un dicho que siempre se cumple pues basta con pretender auxiliar a los demás para que a tu vida empiecen a acudir personas cada vez más necesitadas de ayuda. Como nuestras creencias nos dicen que hay que ayudar al otro antes que a nosotros mismos para no ser egoístas, y nos hemos creído ese mensaje, buscamos sentirnos bien amparando y protegiendo las carencias ajenas, en lugar de facilitarles las opciones para que ellos mismos puedan salir de su desamparo.
Por eso muchas personas que van buscando a quien auxiliar y se lanzan sin protección al que más lo demanda, suelen acabar mal pagadas, sintiendo la decepción o la desilusión de quien nota que lo que da cae en saco roto.
Es sano y es bello compartir, ayudar, motivar, alentar… ser generoso es una gran virtud pero la precaución de saber a quién se da y cuándo se da no se debe pasar por alto. Como he manifestado en varias reflexiones anteriores, el amor, primero para uno mismo. Es lo natural y lo saludable, porque entonces te entregarás al otro en la justa medida, ni por exceso, ni por defecto, porque el amor por ti te impedirá tratar de ayudar a quien no quiere ser ayudado, o a quien solo pretende utilizarte en su propio beneficio.
Cuando uno se sabe amar, no tiene la necesidad de buscar fuera lo que ya tiene dentro, por tanto sabrá evaluar y no se entregará a causas perdidas pretendiendo sentirse útil o querido. Entregará un amor auténtico a quien de verdad lo merezca, y lo recibirá de vuelta con la misma autenticidad.
Pero la mayoría de nosotros en alguna ocasión cae en ese amor salvador y se postula como el redentor de causas mayoritariamente insalvables. Eso nos hace sentir bien, generosos, solidarios, nuestra vida tiene un sentido: ayudar. Tras unos meses nos damos cuenta de la ingratitud que recibimos a cambio, incluso algo parecido a: ¿y quién te ha pedido ayuda? porque en el fondo, queriendo salvar al otro has podido invadir su intimidad metiéndote donde nadie te llama.
Desde el punto de vista emocional, ésto responde a una desconexión de la emoción miedo. Sin miedo, uno no puede poner límites porque no ve la amenaza, ni el riesgo, ni el peligro y se acaba entregando, con la pretensión de «salvar» a los más necesitados que en el fondo son los que no quieren hacer nada por sí mismos. Si caes en esa trampa, entregarás lo mejor de ti a quien ya ha decidido por anticipado no cambiar ni mejorar y mientras lo haces dejarás de atenderte a ti mismo. Ésta forma de actuar nunca traerá justicia a tu vida, más bien te sentirás crucificado (recuerda que siempre matan al mensajero).
Si ofreces a los peores, a los envidiosos, a los resentidos, a los manipuladores, con la pretenciosa ambición de salvarles de sí mismos, te estás rebajando a ti y obtendrás decepción tras decepción. Como cada vez te sentirás peor y menos querido, tendrás la necesidad de seguirlo intentando para tratar de encontrar el amor.
El amor debe ser evaluado, date cuenta que estás entregando lo más precioso de ti, y debes entregarlo solo a quien lo merece y mientras lo merece. Deja que cada cual encuentre su camino y no te desgastes tratando de salvar causas perdidas. Si todos eligiéramos esta opción, si nadie hiciera por el otro lo que él mismo puede hacer, cada uno aprendería a atenderse a sí mismo. De momento, empieza por ti.
Nunca te entregues a quien no pide tu ayuda, sentirás el rechazo.
2 comentarios
Una lección que aprendí a costa de mi salud. Ya he tenido que poner un par de límites especialmente dolorosos en mi vida, pero orgullosa de haberlos puesto. Gracia amiga, qué oportunos y sabios son tus artículos.
Al menos aprendiste la lección, ya sabes, no hay crecimiento sin sufrimiento. La mayoría repiten y repiten y el sufrimiento se convierte en una larga y lenta agonía… que puede durar toda la vida. No hay que salvar a nadie salvo a nosotros mismos (que no es poco). Gracias a ti siempre!