¿Conocemos el origen de nuestras conductas y comportamientos? Cuando nacemos, venimos al mundo con las emociones innatas, limpias, perfectas. Conseguimos satisfacer las necesidades de manera natural y espontánea, sin dudas. Nos mostramos auténticos sinavergonzamos ante los demás de sentirnos estupendamente con nosotros mismos. Somos felices.
Entre los tres y los siete años, esas emociones, dones privilegiados que todos compartimos, encargados de procurar bienestar, se diluyen, siendo sustituidas por máscaras que usurpan nuestra verdadera personalidad con las que acabamos identificándonos. En esa edad aparecen los miedos, resultado de ser socializados en el sistema de castigo y recompensa.
Necesitamos sentirnos aceptados por la familia, por la sociedad, e iniciamos el camino del olvido de nuestro ser interior para cambiarlo por las esperadas dádivas que provienen de lo externo. Cumplir las expectativas que generamos en los demás se convierte en prioridad. Nos enseñan a no manifestar emociones -eso es de débiles- porque nos pueden volver vulnerables.
Por eso levantamos muros al sentirlas, a vivirlas, a compartirlas con naturalidad. Olvidamos que aquello a lo que nos resistimos es lo que persiste y esta resistencia es la que provoca sufrimiento. Resulta que intentamos desconectar las emociones para evitar desalientos, pero eso es justamente lo que provocamos en nosotros: inseguridad, insatisfacción, infelicidad.
La salida a esta encrucijada la tenemos en la voluntad. De nada sirve quejarse, ni buscar culpables. Cada uno puede transformar su vida modificando la forma de utilizar y expresar sus emociones. Lo más sano es comenzar por aceptar que somos responsables de nuestra experiencia vital y que nadie puede ser feliz por nosotros. Al hacernos con el timón de nuestras conductas y comportamientos buscaremos oportunidades en las circunstancias adversas, no culparemos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, ni trataremos de llevar siempre la razón. Evitar aferrarse al pasado y dejar de preocuparse por un futuro incierto nos compromete con el propio bienestar en el momento presente. Podemos trazar la senda del camino hacia la felicidad canalizando las emociones, aprendiendo a gestionarlas, conociendo su interpretación sin huir ni luchar contra ellas, sin rechazarlas. Hagamos las paces con esas energías tan desconocidas que forman parte inherente de nuestra personalidad.
No existen emociones positivas o negativas. Todas ellas son muy útiles e imprescindibles para satisfacer nuestras necesidades como seres humanos. Es el adecuado o incorrecto uso que hagamos de ellas lo que determinará que cosechemos éxitos con facilidad, que obtengamos resultados sorprendentes en las relaciones sociales, que gocemos de buena salud o por el contrario que tropecemos una y mil veces con la misma piedra, que los problemas se agolpen uno tras otro o que padezcamos trastornos en nuestra salud física y psicológica. Las emociones básicas, miedo, tristeza, rabia, orgullo, amor y alegría, existen para responder a estímulos concretos, no para sentirlas al azar. Es entonces cuando cumplen su finalidad siempre benéfica. Su manifestación debe ser corta, tanto como la duración del estímulo, para inmediatamente regresar a nuestro estado innato de bienestar. Cuando nos atrapan, sin desprendernos de ellas, se convierten en estados de ánimo habitualmente indeseables.
4 comentarios
Gracias por tu blog Arancha. Me parece muy refrescante para los tiempos que corren.
Llevo tiempo buscando mi equilibrio emocional. Agradezco estos post. Siempre ayudan
Gracias Sandra. El apoyo de personas como tu, lo hacen posible.
Gracias por seguir mi blog, Sultán. Me alegro que te resulte de utilidad.